Relato basado en el testimonio de su madre Margarita
Un diploma por ganar los mil seiscientos metros planos en una competencia
entre compañías quedó como recuerdo de lo deportista que era y la buena condición
física que tenía. Alto, apuesto y alegre, Ricardo Alexis Seguel Herrera era el sueño
de su familia. El Chuky, como lo llamaban sus amigos, haciendo alusión al malévolo
muñeco del filme de terror, tenía un carácter afable, extrovertido y travieso. Cuando
él llegaba se acababan las tristezas. Lo mismo ocurría en el colegio, por eso no se
caracterizaba precisamente por ser bueno para los estudios.
Ricardo se crió con sus abuelos en Mulchén y se quedó con ellos luego que el
matrimonio de sus padres se separara. Sus dos hermanas, Karen y Paulina, optaron por
quedarse con la mamá. Por entonces, su padre, Ricardo, trabajaba en las minas de El
Teniente, por lo que viajaba algunos fines de semana, lo que permitía que se mantuvieran cercanos. De hecho, en el último verano, Ricardo ayudó a su padre trabajando ya fuera como albañil o maestro carpintero.
En el pueblo hizo historia por la energía desbordante con que escribía sus días.
Su vida de adolescente era salir a cazar conejos, pescar, sembrar la tierra, pasear bajo
los árboles. Sus abuelos le habían dejado como legado el amor por la vida de campo y
es así como Ricardo pasaba sus jornadas, en medio de sus sembradíos de ajíes y porotos que él mismo se encargaba de cultivar. Su corazón latía con más fuerza cuando estaba al aire libre y jugaba a la pelota. Cuando llovía salía a cazar con su perra Bala, que le consumía toda su mesada en comida y diversos cuidados que el joven le entregaba.
Toda su enseñanza la cursó en Mulchén, comuna en la que recorrió varias
escuelas por el traslado de sus padres y también porque era demasiado desordenado.
El Chuky era el “payaso” del curso y eso amenazaba con hacerlo expulsar del colegio
básico. Su madre recuerda que una profesora que apenas le llegaba al hombro, “logró
enderezarlo a punta de amenazas y algunos castigos”. La pequeña mujer tuvo buenos
resultados con su método, porque logró calmar las alborotadas energías de su
alumno.
Su carácter hizo que Ricardo tuviera numerosos compañeros y amigos
de diversa condición social. No hacía distinciones. Eso hizo que fuera ampliamente
conocido en el pequeño poblado y de eso se daría cuenta su madre después.
Sus últimos estudios los alcanzó a cursar en el Liceo Nuevo Mundo, donde
había repetido el tercer año medio. Por eso, cuando llegó marzo del año siguiente, no
quiso regresar a las aulas, pese a que estaba matriculado: su mirada estaba puesta en los listados de quienes ingresaban al servicio militar, donde su nombre apareció impreso a fines de ese verano.
Ricardo leyó su nombre en el listado con satisfacción. El primer paso para
concretar su sueño estaba ahí, a escasos centímetros de sus ojos, en esas tediosas
listas instaladas en las reparticiones públicas. Es que a sus dieciocho años soñaba con
convertirse en carabinero, como su tío Dagoberto que vive en Santiago y quien siempre los apoyaba, preocupado que los niños salieran adelante e incentivándolos a estudiar.
El Chuky no se presentó de voluntario, pero su madre Margarita asegura que,
aunque no hubiese sido llamado, Ricardo se habría presentado igual porque el servicio
era fundamental si pensaba continuar en alguna institución castrense.
“Quería ser carabinero, de las Fuerzas Armadas o gendarme. Seguir una carrera
y para eso, tenía que hacer el servicio. Él estaba orgulloso”, relataría tiempo después su
madre.
Cumpliendo con su sueño, Ricardo ingresó el 4 de abril al Regimiento Reforzado
número 17 Los Ángeles, quedando en la Compañía de Morteros. Estaba feliz, cuando
veía a su familia entonaba los nuevos himnos que había aprendido en las primeras
semanas de instrucción. A su tata, que se empina sobre los ochenta años, le mostraba
las dependencias del regimiento, las armas que estaba aprendiendo a utilizar y que
debía limpiar, todo aquello que lo convertía ya en un hombre. Habituado a vivir sus
días intensamente y con sus ansias de aprender de la disciplina militar, Ricardo sacó el
máximo de provecho al mes y medio que alcanzó de instrucción. Nunca habló nada en
contra del servicio ni de sus mandos superiores. Incluso, cuando lo sacaron de la cama
a las dos de la mañana para cortarle el pelo, se sintió privilegiado de ser el único al que
le tocaba, lo que provocó la molestia de su madre, quien le sugirió ir a reclamar por eso.
“¡No mamá! ¿Cómo se le ocurre? Si a todos nos iban a cortar el pelo a esa hora, pero me
lo repasaron a mí no más”.
Se fue feliz a Los Barros. Ni siquiera conocía la nieve, así es que todo el viaje
sería una experiencia novedosa para él. Su tata le había dado cuatro kilos de harina
tostada y habían sacado a escondidas las gafas del papá, porque le exigían en la lista de
materiales, llevar lentes para cubrir sus ojos de la nieve. Ambas cosas fueron entregadas, cuando se les devolvieron a las familias los enseres de los soldados fallecidos. Pese al desastre que debió enfrentar en su primera campaña militar, el Chuky conmovió a los suyos con el delicado gesto de cuidar hasta el último minuto los lentes de su padre.
En la cordillera se convirtió en el primer hombre del escuadrón. Su condición
física y su altura, le valieron que fuera como huellero de la Compañía de Morteros, es
así que Ricardo iba encargado de hacer con sus pies el camino para sus compañeros,
facilitándoles a ellos su recorrido, porque seguían los pasos que iba dejando él y los
primeros de la aciaga fila. El desgaste energético de esa labor hizo que fuera uno de los
que más temprano se desplomó en el blanco endemoniado que se transformó la ruta,
por lo que lo dejaron en un refugio de circunstancia junto a otro de sus compañeros, a
medio camino entre Los Barros y La Cortina.
Como una de esas dudas que jamás se logra resolver en la vida, Margarita
Herrera, su madre, no entiende cómo el militar que quedó a cargo de este refugio y que
los dejó con vida, los abandonó en medio del temporal. Meses después de que Ricardo
la dejara, ella todavía no alcanza a comprender la versión del sargento Tolosa, que
dice que salió a buscar ayuda para rescatar a los muchachos y que por eso abandonó
el refugio de circunstancia. A Margarita le cuesta creerlo. Desconfía. Su mente no
deja de analizar y recrear aquellos instantes en que como madre no pudo estar.
¿Y si Tolosa hubiera esperado con ellos, si los hubieran reanimado?
Quizás su hijo estaría ahora acá, intentando dar un nuevo rumbo a su vida
luego de perder a sus camaradas. Quizás Ricardo estaría sentado en el living
con ella, riéndose con su pequeño sobrino, bautizado con el mismo nombre de su tío y que nunca llegó a conocer, porque la vida, la muerte, el misterio, el azar, Dios, los militares o el temporal, cada uno de ellos o todos ellos juntos,
marcaron una línea de puntos suspensivos para dejar inconclusa la vida de Ricardo.
Por eso, cuando se enteró de lo sucedido, a Margarita le pareció literalmente
increíble. Ese miércoles de invierno estaba haciendo empanadillas con sus hijas, a eso
de las ocho de la tarde, al calor de la cocina de la casa en Paillihue en el sector sur de
Los Ángeles. Fue entonces cuando llamó el padre desde Rancagua a su hija Karen,
explicándole que el tío carabinero lo había llamado por teléfono para preguntarle qué
sabía del accidente cordillerano, al parecer en la compañía del Alex, como le decían al
soldado en su casa.
-Mamá, dicen que hubo un accidente en la compañía para allá donde andan los
chiquillos en campaña.
-Hija vaya al negocio a llamar al regimiento, porque estoy ocupada, le
dijo Margarita impávida, ya que a esa hora no daba crédito a la tragedia que se le
anunciaba.
Pero no se pudieron comunicar con la unidad militar, ubicada en el otro extremo
de la ciudad.
-Voy a ir yo a preguntar, puedo ir sola para no gastar tanto en pasajes. Si no es
nada, ¡cómo va a ser tanto que le va a tocar al Alex!
Margarita no creía en la gravedad del accidente. Pero sus hijas algo temieron,
por lo que insistieron en acompañarla al regimiento. Cuando llegaron, el panorama fue
desolador: el gimnasio estaba con decenas de personas, esperando noticias del accidente cordillerano.
En medio de la confusión, preguntaron por lo ocurrido a un guardia apostado
en el lugar. Él les confirmó la fatídica noticia: “Ha habido un accidente. La Compañía
de Morteros está comprometida. Hay cinco muertos”.
La sentencia dejó a Margarita pasmada. Cuando supo de los cinco muertos,
tuvo un magro presentimiento: su hijo era uno de ellos. Angustiada, decidió no moverse más del gimnasio y sumarse a la multitud de personas que se encontraban en el lugar.
Se quedó a la espera que se concretara el anuncio de que “en una hora más habrá
noticias”.
Pasaba el tiempo. Les dieron aspirinas y café.
Pasó la primera noche entre golpes de pies y palmas de los familiares para
presionar la entrega rápida de antecedentes. La tensión aumentaba, la angustia
persistía. No les dieron noticias formales. Puros rumores, que no tenían idea, que
estaban dispersos, que había refugios, que no se sabía nada. El llanto estaba a punto
de explotar en medio de tantos rostros desamparados. El hijo, se había perdido el hijo.Y
hacía tanto frío. En la cordillera sin duda que todo sería peor.
La espera la derribó. Margarita siente que los momentos en el gimnasio
marcaron un antes y un después en su vida. De mujer trabajadora y llena de vitalidad,
pasó a convertirse en una persona triste, gris, sin fuerza, como si parte de su alma se
hubiera extraviado para siempre.
Esos días fueron de ir y venir entre la avenida Ercilla del regimiento y el sector
de Paillihue, donde residía. Aunque iba a su casa a ver cómo estaba la familia y el
embarazo de Paulina, su hija menor, no podía permanecer tranquila allá. Optaba por
quedarse en el regimiento, donde el frío del concreto se adhirió a su piel durante largos
meses de su vida. Su memoria percibiría esto claramente tiempo después, por entonces
la mente de Margarita sólo estaba concentrada en tener noticias de su hijo. Tenía la
impresión que si Alex llegaba -tal como lo habían hecho otras dos compañías durante
esos días- no estaría nadie esperándolo. Y ella sentía que era necesario abrazarlo, darle
su mano segura, cálida y materna, tal como cuando pequeño lo guiaba en sus primeros
pasos; su instinto le decía que debía permanecer en ese lugar militar y masculino, para
salir a su encuentro dándole la bienvenida al hogar materno luego de tanta angustia.
Pero la vida querría que de tanto ir y venir entre su casa y el regimiento,
Margarita terminara por conocer la noticia de la muerte de su hijo en un taxi colectivo.
Pese a que se había mantenido dos días en vigilia junto con el padre de su hijo, quien
había viajado de inmediato desde Rancagua a Los Ángeles, ella se enteró de lo sucedido
por un comentario casi despreocupado de una pasajera al chofer del automóvil que los
trasladaba. Se trataba de una familiar de uno de los soldados que había regresado como sobreviviente de la montaña. El conscripto les había relatado lo ocurrido arriba, en días en que todavía se mantenía una cincuentena de desaparecidos en la cordillera.
“Los pobres peladitos que no han aparecido están todos muertos, porque todos
iban cayendo ese día”, escuchó decir como una sentencia remota y temida, sintiendo su
miedo más escondido como un verdugo que por fin había llegado a ella.
Se bajó del colectivo para ir desesperada al regimiento. Su imagen recorrió
el país entero cuando quebró los vidrios del casino militar, exigiendo al alto mando
noticias del paradero de su hijo.
-¡Los sacaron a las cinco de la mañana con una tremenda tormenta, por qué no
nos dicen lo que han hecho!- gritaba fuera de sí, ante decenas de periodistas y cámaras
de televisión que registraron su clamor como una de las escenas más fuertes de aquellos días. Ahora Margarita cree que ese escándalo fue lo que le permitió tener el cuerpo de su hijo entre los primeros rescatados. Ella quería saber la verdad y finalmente pudo tener certeza que su mayor temor se había transformado en realidad. El general Cheyre les informó esa misma tarde que no había ninguna esperanza que los soldados extraviados estuvieran con vida.
Desde entonces la espera cambió. En cuanto supo que su hijo estaba muerto,
su padre se fue del regimiento. No podía estar en el lugar. Volvió a Mulchén. Su madre,
oyendo nuevamente su instinto femenino de proteger a quien había traído hasta este
mundo, encaró a la muerte esperándola hasta que llegara en el cuerpo inerte de su hijo.
Esto ocurrió la medianoche del viernes, cuando trajeron trece cuerpos, entre ellos el de
Ricardo.
Mi hijo venía en la lista y me tocó reconocerlo.
Como a las cuatro y media de la madrugada del sábado, Margarita vivió uno de
los episodios más desgarradores de su vida. Vio a su niño durmiendo el sueño helado y
sin retorno. Más delgado y frío, muy frío. Se fue directo a besarle la cara, a abrazarlo y
a poner su nariz en la de él, con la esperanza de sentir su respiración. Instintivamente
le dio todo el calor que pudo, como en las noches de invierno de otros años, pero su
esfuerzo fue en vano, su niño no calentó y no hubo en él un sólo atisbo de movimiento
que ilusionara con algo de vida.
“La pérdida de un hijo no se llena con nada. Es un vacío muy grande, es un
dolor que en toda mi vida no había sentido. En estos cuarenta y dos años mi vida no ha
sido nada fácil, desde pequeña todo fue difícil. Pero nada de eso se compara con el dolor de perder un hijo. Nada, nada, nada. He perdido a seres queridos, a mis padres, pero nada se compara con perder a un hijo. Es algo de uno. He estado a punto de volverme loca de angustia, de impotencia, de no poder hacer nada. Puedo llorar y gritar, pero él no va a volver con nosotros. Además, por las circunstancias en que murieron. Si hubiera sido una enfermedad, habría hecho todo lo posible por estar con él, pero murieron lejos. Ni siquiera les pudimos prestar agua, que era lo que tanto pedían. Nada. Ni un vaso de agua le pudimos dar. Quedaron botados”.
Ricardo fue velado con honores militares y con la presencia del Presidente de
la República, Ricardo Lagos. Nunca lo soñó. Tristemente famoso, Chuky dormía en su
urna junto a otros doce camaradas. La bandera los cubría.
Luego de eso, lo más justo era que Ricardo se quedara en Mulchén. Lo velaron
en la casa de sus abuelos, en la misma que lo vio crecer y bajo la misma mirada de
quienes fueron cómplices de sus correrías adolescentes.
El tata no se despegó del lado del ataúd de Ricardo. Él le había dado cuatro
kilos de harina, para que no pasara hambre en la campaña en la cordillera. También le
había dado el alimento que le entregaban en el consultorio y que a Ricardo le encantaba.
“Mi chiquillo no puede haber muerto. Yo le eché harto alimento y comida”, clamaba
junto a la urna en que le devolvieron a su nieto. Semanas después, cuando entregaron
a la familia las cosas del soldado, se percataron que estaban intactas las bolsas con el
alimento. Ricardo ni siquiera se las había podido llevar a su travesía cordillerana.
Y ahora sólo quedan recuerdos, como el diploma de la competencia ganada por
Ricardo, inmóvil testigo de todas las andanzas de quien vio truncada su vida. Queda
la lucha de la madre por una justicia esquiva, que no ha sabido entregar consuelo a
quienes murieron inútilmente. Quedan los testimonios, las fotografías y el inmenso
vacío que Margarita, asegura, la acompañará para siempre.
siempre viviras en los hermosos recuerdos y bromas que dejaste …..de la forma que me entere de tu partida esta grabada en mi mente… ver a tu pobre madre en television desecha diciento con una fotografia tuya en la mano este es mi hijo yo se los pase con vida y ustedes me lo devuelven en un cajon ….. fue muy desgarrante porque se me vino de inmediato a mi mente cuando fuiste a despedirte al liceo con tu huesito de la suerte que te ivas a campaña nuevamente y que esta vez era mas larga por eso fuieste a vernos al liceo …cai en un mar de llantos en mi cama …no lo podia ceer tu ya no volverias a decirme mi pincel rapuncel te gustaba jugar con mi pelo largo con mis trestas y recordar anecdotas en los cumpleaños que cantabamos juntos porque solo nos llevamos 3 dias de diferencia …y siempre te decia respeta a tus mayores jiji y tu decias son solo tres dia no mas flaca y te reias ……. siempre que sales en una conversacion siempre rescato tu buen humor y sobre todo lo buen amigo que eras y que fuiste porque siempre fuiste incondicinal …. TE QUIERO AMIGO DONDE ESTES BESOS Y ABRAZOS
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