Relato basado en el testimonio de su madre María Margarita
Desde el primer día supe que no estaba vivo. En cuanto escuchamos la noticia
fuimos para Los Ángeles en la noche y salí afuera del gimnasio militar a fumarme un
cigarro sentada sobre una rueda. Ahí había un joven que estaba con dos chiquillas. Me
pareció que era soldado de otro regimiento, quizás había venido a ayudar. Les decía:
-Saben que tengo una impotencia con éstos de aquí, porque vengo ahora de
arriba y los cabros están todos muertos, no sé para qué le dicen a la gente que están
vivos.
Creo que escuché todo eso el mismo miércoles 18 en la noche. Ya lo sabía
antes que el resto de mi familia y quería morirme, más cuando dieron el listado de los
soldados a salvo en el refugio y salió otro de apellido Ortega, pero no mi Adolfo, porque
mi hijo salió en el listado de los perdidos. Mi viejo me decía y me porfiaba que estaba
vivo, que no podía estar muerto, pero yo sabía, había escuchado toda la verdad el primer día ¿qué más podía esperar?
Él era el menor de mis hijos hombres ¡cómo quiere qué le diga que era mi
chiquillo, si era mi guagua! Se llevaba bien con todos. Tuve nueve hijos y ahora me
queda en la casa la pura Jésica. Ella sintió mucho lo de su hermano.
Era la primera vez que Adolfo salía de la casa, siempre había trabajado, pero
por aquí cerca. Por eso no conocía la nieve ni nada y tenía ilusiones de salir llamado a
hacer el servicio militar en otra parte del país, así como sus hermanos que se fueron
a Punta Arenas y otro a Puerto Natales; él bromeaba que quería irse a Isla de Pascua.
Y cuando salió llamado dijo que se presentaría al servicio para que “nadie me cuente
cuentos”, nos dijo. Su idea era terminar el cuarto año adentro y después seguir en el
regimiento, quería ser militar, porque veía que así podía llevar una vida mejor.
Tenía esas ideas cuando estaba acá en su casa. Era alegre, le gustaba salir a
las fiestas, pero yo quisiera que usted preguntara aquí en el sector cómo era él… era
conocido y todos lo querían. Es que tenía buen carácter siempre y no le hacía el quite
al trabajo. Incluso después de la entrega de armas ese día se le hizo corto, porque lo
buscaba uno y lo buscaba otro para que hiciera “pololitos” acá en el campo. Él decía que
eso era bueno, porque así tenía monedas para llegar después. Adolfo cortaba leña -mi
viejo le había comprado una motosierra- y también trabajaba tirándola en la carretilla
que tenemos. Esos días nos dijo que después de que volviera de Los Barros iba a cortar
leña a unas personas y a llevarles a otros, porque le quedaban trabajos pendientes.
Siempre fue trabajador y nunca dejó a mi viejo solo, andaba a su colita en todas partes
y era buena compañía, porque donde estuviera Adolfo era pura risa, nunca estaba
apenado.
Cuando salió de franco después de la entrega de armas anduvo aquí, se acostó en
la cama de nosotros, estuvo descansando y se levantaba sólo a comer. Siempre durmió
al lado de nosotros, nunca se apartó. Mi otro hijo me decía: “Mami, mira el Adolfo pasó
todo el día acostado, durmiendo con la boca abierta y con sus brazos para un lado y
otro”. Fue el último día que se acostó en mi pieza, así es que después yo le decía a una
vecina que quizás con eso mi chiquillo estaba despidiéndose de nosotros.
Cuando le dieron franco ese fin de semana, se vino el viernes y el domingo
tenía que regresar, porque los iban a llevar a Los Barros. Se fue con la Jésica a Los
Ángeles y pasaron al supermercado a comprar las cosas que le faltaban. Ella se iba para
el colegio y dice que Adolfo iba contento con su mochila para el regimiento, pero a la
Jésica le dio una cosa cuando lo vio que se iba, que parece que lo habría ido a buscar
para que no se fuera, porque le dio un mal presentimiento.
Pero yo no tuve presentimientos ni avisos, sólo un sueño de mi hija en que
veía congelado a su hermano. Después ella me decía que mientras esperábamos en
el regimiento escuchaba a su hermano pedirle que lo fuera a buscar, porque estaba
perdido. Fue terrible y por eso tenemos rabia con el regimiento, porque no podíamos
hacer nada y parece que menos hicieron ellos. Ni siquiera nos avisaron, venían una vez
a las quinientas a conformarnos que los chiquillos estaban bien, pero los cabros desde
un principio estaban todos muertos y ellos no, dale con decir que estaban todos vivos.
Ahora que se va a cumplir un año de esto no sé qué vamos a hacer nosotros,
porque siento que es igual que un callejón sin salida, por lo menos para mí hay días en
que avanzo y avanzo, pero hay otros en que vuelvo al inicio. Estoy con esa cosa que se
va a cumplir el primer aniversario y tengo lo mismo que al principio, duermo el primer
sueño y después despierto, se me pasa la película cuando lo fuimos a ver al regimiento y a la morgue, que son cosas que a una no se le van a olvidar, ¿quién nos va a compensar
eso a nosotros?, ¿creen que con un par de pesos? Porque dicen que la gente lo único que quiere es la plata y no es así. Un hijo no se compra ni por más plata que le den a una,
un hijo es un hijo. No entiendo a los que dicen que la gente sólo quiere el dinero.
Mi viejo, la Jésica y mi otro hijo han estado con sicólogo, pero yo no. Me hice
la fuerte para sacar adelante a mi familia. Es una cosa muy dura y como era el hijo
menor, era el regalón de nosotros y siempre nos acordamos lo mucho que le gustaba
trabajar para tener su plata. Cuando le tocara el servicio quería que fuera lejos para
conocer, siempre decía eso. Y al final es como si hubiese cumplido con su sueño, porque
mi chiquillo se nos fue lejos, muy lejos.