23. Juan Alexis Zambrano Cárdenas

Relato basado en el testimonio de su madre María

Juan Alexis Zambrano Cárdenas

Juan Alexis Zambrano Cárdenas

Sí, me soñé con mi hijo Juanito. Sabe que fue algo bien curioso, yo le decía a
mi viejo: “Viejo, me persigue una sombra, no sé qué será”. Cuando mi hijo se fue de
aquí siempre sentí una persona detrás de mí. Es que estaba sola, mi viejo trabajaba por
Pichilemu; se iba y yo quedaba sin nadie, porque mis otros tres hijos se iban internados
el domingo en la tarde y volvían recién el viernes siguiente.
Sentía que la sombra andaba a la cola mía, y decía: estaré mal de la cabeza, cómo
esta sombra me persigue y persigue. Y sabe que cuando mi hijo estaba en la montaña, un martes en la noche como a las cuatro de la mañana, vino en sueños a decirme que lo
abrigara. Se me convertía en una guagua chica que se me allegaba aquí en el cuello,
se me apretaba y me decía: “Mamá, abrígame, abrígame”. Lo tocaba y era algo helado
como una piedra, le decía:
-Hijo, estás tan helado y no te puedo calentar de ninguna manera.
-Mami ayúdame.
Diosito dame fuerza, si es Juanito que está en peligro, ayúdalo, ayúdalo, decía yo en
el sueño, cuando de repente vi una mujer en el cielo que bajaba con un vasito y juntas
le abríamos la boca para darle agua, pero ya no tragaba.
-Juanito, si estás tan helado hijo, ¿qué te pasó?
-Mami ayúdame.
Despierto en la mañana, me acuerdo del sueño y pienso que tal vez, mi hijo
Juanito está pasando frío arriba.
A la segunda noche, volví a soñarme con él, pero ya me hablaba de más lejos,
como si hubiese estado abajo de la tierra, con una voz que ya no se escuchaba.
-Mamita, te necesito tanto…
Era como la una de la mañana y no dormí nada esa noche. Trataba de hacerlo,
pero me acordaba del sueño. Ya en la mañana me dije algo le ha sucedido a Juanito.
Llamaba por teléfono al regimiento, pero no sabían nada de ellos y ya en la tarde
prendí la radio por casualidad cuando dijeron: “Tragedia en Antuco, fallecieron cuatro
morteros”. Sentí como si me hubiese caído un tarro de agua fría, me tullí de los pies a
la cabeza y lloraba pensando que Juanito estaba ahí, en ese peligro.
Seguí escuchando las noticias hasta las dos de la mañana a ver si salía el
nombre de mi hijo y nada. Llamamos al regimiento al día siguiente y nos dijeron que
estaba bien arriba en Los Barros y que no necesitaba nada. Mi viejo tenía que llegar el
sábado aquí, así es que mejor lo llamé para contarle y así se vino antes. En la mañana
siguiente desperté temprano y partí altiro al regimiento, porque desde aquí del campo
me demoro un par de horas en llegar. Pasé donde mi hermana que me consoló: “No
llore hermana, si mi sobrino Juanito seguro que está bien”. Llegó mi mamá y les dije
que sabía que Juanito ya no estaba vivo.
Me decían que fuera tranquila a saber de mi hijo. Cuando llegué a la portería
del regimiento pregunté por el soldado Juan Zambrano Cárdenas.
-Vengo a saber de él.
-Señora váyase para su casa tranquila, si su hijo es andino, entonces está bien
en Los Barros, no necesita comida ni nada.
-No, yo no me voy a ir, quiero a mi hijo aquí, vivo o muerto, pero lo quiero
aquí.
-No sea porfiada señora, váyase, mire usted viene tan de lejos, mejor no pierda
más el tiempo y váyase a su casa.
-No, quiero saber de mi hijo.
Ahí comenzaron a llegar mis otras hermanas al regimiento, luego llegó mi
esposo en la tarde y hasta un hermano de Santiago; todos en busca de nuestro hijo si es
que aparecía esa noche, pero no. Nos vinimos para acá al campo en Nacimiento y como
a las dos de la mañana llegamos a la casa en Santa Luisa. Al otro día, temprano como a
las seis, volvimos a salir en busca de él otra vez.
En el regimiento reunieron a todos los papás. Habían hecho un cerco afuera
como con tres corridas de militares para no dejar entrar. Estaban tomados de la mano.
Si no eran padres o familiares, no dejaban pasar a la gente.
Finalmente entramos, el general Cheyre nos condujo al casino. Ahí dijo:
“Les voy a decir la verdad a todos. Toda esta lista de niños que faltan es porque están
fallecidos”.
Yo decía por qué mintieron. Nos mintieron diciendo que el Juanito estaba vivo.
Aunque ya le había dicho a mi viejo que, desde el sueño, presentía que estaba muerto.
Lo sabía, pero mi viejo creía hasta ese momento que estaba vivo, tenía la esperanza que
iba a llegar, pero cuando Cheyre nos contó que estaban muertos, mi viejo me confesó
que “no se podía conformar”.
Fuimos otra noche y apareció en la lista de los que habían encontrado. Era
el primero que nombraron. Nos explicaron que estaba fallecido y lo venían bajando,
que lo traían al regimiento para que lo fuéramos a ver… Casi no puedo hablar con este
llanto… Esos fueron los días más tristes de mi vida, porque me arrancaron algo grande
de mi pobre corazón.
A esa hora eran las tres de la mañana, reconocimos el cadáver y era él.
Vino después de muerto, en sueños, a visitarme. Me decía que cuando lo
encontrara tenía que acariñarlo igual que una guagua, y si no, él no iba a estar tranquilo.
Y yo acariñaba a mi hijo como cuando guagua. Lo abracé y lo besé a mi Juanito. Pero
no me podía conformar de verlo ahí todo helado. Me desmayaba a cada rato. Tenía un
dolor tan grande y todavía está como si hubiese sido hoy. No me voy a olvidar nunca de
Juanito hasta cuando me muera, porque esto es lo más tremendo que me ha pasado en
la vida. No he perdido ni a mi padre ni a mi madre, pero perder a un hijo… Le digo a mi
viejo: “A veces no me dan ganas de vivir, ¿por qué a mí me tocó pasar por un dolor tan
grande?”.
Conocí el lugar donde murió Juanito, porque a los meses nos llevaron del
regimiento. Cuando fuimos, después estuve hartos días diciéndole en sueños: “Hijo,
¿dónde anduviste por ahí, cuánto caminaste? ¿Llegaste cansado? Estabas harto lejos
como para poder ayudarte”. Eso es lo que más me duele, que mi hijo se fue a morir tan
lejos y nadie lo pudo ayudar. Siento rabia conmigo misma por no quitarle la idea de que
hiciera el servicio. Tanto que le dije y no quiso, fue imposible, no lo pude hacer cambiar
de opinión. Me decía que si se quedaba adentro iba a tener un trabajo más digno y me
ayudaría a salir adelante. Esa era la ilusión que él tenía, pero yo le decía que estudiara,
si no quedaba en el regimiento, iba a terminar el liceo al internado de Traiguén y
después podía estudiar para ser ingeniero forestal y ayudarle a mi viejo. Pero me decía
que iba a ser el hombre más feliz si quedaba adentro del ejército. Y la verdad es que
nunca pensamos que las cosas iban a cambiar así, tanto para nosotros y de un rato para
otro.

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