Relato basado en el testimonio de su madre Lucía
Me dijo: “Mami, dejé todo pagado para que me llegara el cartón del liceo y ya
estoy listo con el servicio militar”
Yo, como mamá, pensaba todo lo contrario de lo que me estaba diciendo Freddy,
porque no quería que lo hiciera.
-¿Qué me dice mami?
-No te lo puedo quitar, porque es tu ilusión hacerlo. Y si fracasas afuera, algún
día me vas a echar la culpa a mí si no encuentras trabajo.
-Sí, porque usted ve que tanto niño que ha estudiado y anda por ahí sin trabajo.
Y yo lo que quiero es tener un trabajo estable. Quiero darle el orgullo a mi familia, ya
que no se lo dieron mis otras hermanas, se lo voy a dar yo.
Así me dijo, con su cara sonriente. Y yo qué podía responderle, aunque era
el menor de mis tres hijos -María Angélica, Jéssica y él- ya era mayor de edad y
siempre había sido un buen niño. Nunca tuve quejas. Terminó su enseñanza en el Liceo
Industrial, hizo su práctica en Systelec y había quedado trabajando altiro. Incluso en
la empresa le dijeron que no se fuera al servicio, que se quedara trabajando con ellos,
que la empresa iba a cortar alguna gente, pero que él no se preocupara, ya que lo iban
a contratar.
Pero quería hacer el servicio, porque me dijo que era poco lo que iba a ganar
en la empresa, que a lo mejor lo del trabajo era sólo temporal y que después tal vez se
quedaría cesante. Buscaba entrar en el regimiento y hacer carrera militar.
A Freddy le gustaba el trabajo, no se hallaba ocioso en ninguna parte. Cuando
llegaba acá a Chorrillos, los fines de semana, se entretenía haciendo cualquier cosa,
porque le teníamos todas sus herramientas de electricidad. No se estaba tranquilo aquí
en el campo, se lo pasaba componiendo cualquier cosita. Era inquieto, en eso se parecía
a su papá, Ramón, que le gusta estar siempre trabajando.
Mi esposo también le recomendó que no hiciera el servicio, que para qué iba a
irse al regimiento si tenía trabajo. Ramón no hizo el servicio en su tiempo, así es que no
veíamos la necesidad de que Freddy lo hiciera. Pero ya ve que él pensaba distinto.
Los últimos años estuvo viviendo con una de sus hermanas, Jéssica, en Los
Ángeles. Ninguno de nosotros quiso que se fuera de aquí internado al liceo, porque
Freddy tenía sinusitis y sufría mucho con el frío. Preferimos que se quedara en casa con
la familia, antes que comenzara con esos dolores tan fuertes que le daban siempre que
se resfriaba.
Cuando se fue a hacer el servicio le dije que allá iba a empezar con eso de su
enfermedad otra vez, así es que mejor viera médico. No, me dijo él, total igual hay que
enfrentar todo, me decía. Nunca quiso ir.
En la casa siempre mostró su carácter tranquilo. Ni siquiera le escuchamos una
insolencia o algún garabato. Salía muy poco con los amigos en el barrio y ahora último
me había pedido permiso para pololear con una niña que había conocido en su trabajo.
Se llamaba Carolina, la quería mucho.
En el regimiento entró a la Compañía de Morteros y estaba muy contento todas
las veces que lo fuimos a visitar a Los Ángeles, cumpliendo lo que era su ilusión, quería
transformarse en una mejor persona y estaba contento por eso. Se notaba orgulloso
cuando fuimos a la entrega de armas. Después estuvo aquí en la casa, pero muy poco.
Ese fin de semana quería dejar arreglado todos sus papeles para llevarlos al regimiento
el día lunes, porque cuando estuvo trabajando le hacían sus imposiciones y eso era lo
que andaba tramitando apurado. Estaba contento, porque irían a la cordillera, y a su
regreso me dijo que había que ver lo de la Escuela de Suboficiales.
-Cuando vuelva de arriba voy a tener la plata para pagar altiro la matrícula
adentro.
Me despedí de él deseándole que todo resultara bien. Lo siguiente que supe
de Freddy es que me había enviado muchos besitos por el día de la madre, recado que
me envió con mi hija, que lo vio el día antes que se fuera a la cordillera cuando fue al
regimiento a entregarle algunas cosas.
Por esos días tuve un sueño tan bonito. Era como que me estaba avisando algo.
Él me llamó en la mañana, sonó el teléfono que me había dejado aquí, porque allá no
le aguantaban celulares y me dijo que se lo cuidara bien; eran como las cuatro y vi el
celular, pero no era nada. Después, a las siete de la mañana, me dice Mamiy yo estoy
despierta en la cama, me quedo así tranquilita, acostada y vuelve a decirme Mamiotra
vez. Por eso, pienso que mi hijo habrá sufrido en esos momentos que me llamó.
Supe por la tele lo que había pasado. Digo ¿qué puede ser? y en eso me llama
mi hija para decirme que no me preocupe, que no ocurre nada malo y que los chiquillos
venían bajando. Me pasó llamando harto rato y ya la última vez me dijo si podía viajar
temprano a Los Ángeles al día siguiente, porque “a esta hora, en qué se viene del
campo” me dijo. Me quedé allá en Los Ángeles esos días, mientras esperaba que me
devolvieran a mi hijo. Se demoró, pero volvió ese fin de semana largo.
Pero yo, hasta el final, pensé que mi hijo venía vivo. Nunca pensé que mi hijo
iba… porque yo siempre le rogué a mi Dios que me lo cuidara; desde que estaba en
el colegio, desde que salió de la casa, todos los días le decía: “Me lo cuida”. Después
cuando nos dicen que llegó, fuimos a reconocerlo. Y yo reconozco a un niño que no era
mi hijo. Ellos me dijeron que era él y que con la nieve estaba así. Voy, abrazo y beso a
ese niño. Lo único que me extrañaba era la cara tan largucha y ellos me dicen que eso
es porque estaba congelado. Estaba totalmente congelado, si era como dar vuelta un
palo.
La mayor de mis hijas me hizo recordar que mi hijo nació con una manchita
atrás que le fue creciendo. Ella misma lo dio vuelta con sus manos, sin que le pasaran
un guante, nada, lo da vuelta, lo ve y me dice: “No es”.
Decidieron pedir ¿peritajes se llama? a Santiago, teníamos que esperar.
Decidimos que aunque estuviéramos toda la noche, esperaríamos ahí. Y les dije que no
era mi hijo, me habían pasado hasta el carné. Era otro soldado: José Ortega Astudillo
se llamaba.
Y al otro día llega mi hijo. Yo me imaginé… yo lo único que les pedía era que me
pasaran un pañito calentito para pasarle a mi niño. Pensé con esto se va a alentar. “¿Por
qué no me traen un pañito calentito para ponerle?”, les decía.
-No señora Lucía, su hijo está muerto.
Yo lo veía como que hubiera estado entumido, porque estaba como durmiendo
no más… siempre lloro tanto cuando me acuerdo… todo mojado y sin zapatos. No sé de
qué manera volvió a mí. Todas sus cosas mojadas, no tenía nada seco. Hasta su billetera
que andaba trayendo, mojado todo, todo.
Lo trajimos para acá, a Laja. Estaba lleno de gente. Gente que jamás me
imaginé que iba a llegar. Aquí en la casa no había nadie, tuve que pedirles a mis vecinos
que vinieran a arreglar un poquito siquiera antes que llegaran todos.
Ay, no se lo doy a nadie el perder un hijo… es una tristeza muy grande, ni
con más que se pierda un esposo, pero perder un hijo así, de esta manera, no. A mis
cincuenta y dos años he sufrido la muerte de mi papá y mi mamá. También perdí dos
hijas antes, pero eran chiquitas; una tenía mes y medio, la otra tenía cinco meses. Se
enfermaron ellas. Claro, igual sufre una, pero ahora con un hijo de dieciocho años es
mucho más fuerte, con todo su futuro por delante, perder todos sus estudios, todo y no
aprovechar nada por lo que se había esforzado.
Cuando era más chico, Freddy ayudaba a su papá, porque trabajaba en el Fundo
Postahue de Laja, salía con él a los campos, lo acompañaba, cuidaban unos animales y
por ahí se entretenían juntos. Mi hijo le iba a dejar el almuerzo y se quedaba con él toda
la tarde. Por eso Ramón lo echa mucho de menos, porque era su único apoyo, lo ayudaba
y donde andaba, andaba él también, siempre a la colita, nunca lo dejaba solo.
Y esa es la soledad que siente ahora, porque su hijo no está. Si sale a alguna
parte tiene que salir solito. Ha estado enfermo por eso. Es que nosotros aquí paramos
los dos con mi viejo no más. Mis hijas están lejos y era el Freddy el más cercano a
nosotros. No se lo doy a nadie que pierda un hijo. Es una tristeza muy grande y una
hasta desearía mejor no seguir viviendo. Pero yo me doy ánimo, porque hay cosas que
hacer y nadie las va a venir a hacer por nosotros. Aunque por mí, yo habría dejado todo
botado hace tiempo y, no sé, hubiera dejado de vivir desde que todo pasó.