18. Ignacio Antonio Vallejos Henríquez

Relato basado en el testimonio de su madre Marisol

Ignacio Antonio Vallejos Henríquez

Ignacio Antonio Vallejos Henríquez 

Al partir a Antuco nos despedimos todos de él, afuera de la casa. Con su mejor
amigo siempre tenían un gracioso juego de manos para despedirse. Pero ese día no fue
así y se dieron un abrazo.
-Ya pus hermano, nos vemos a la vuelta.
Después se despidió de su amiga Paola. Luego de su papá, con un abrazo y un
beso, lo cual tampoco acostumbraba a hacer. Yo le dije que me dejara a mí al final.
-Ya mamita, me voy.
No aguanté y me puse a llorar.
-No llores mamita.
-No sé qué me pasa, es que tengo tanto miedo.
-¡Ay si voy a volver mami! ¿Te pido un favor?
-¿Qué cosa?
-¿Vas a ir a la iglesia?
-Sí, voy a ir.
-Ora por mí, porque igual le tengo miedo a las armas.
-Hijo no te preocupes, que voy a ir a la iglesia a orar harto por ti y por tu primo
Cristian, y por todos los niños que van para arriba. Recuerdo que le di mi bendición.
-Que Dios te bendiga y que te vaya bien.
Entré a la casa, no aguanté y me puse a llorar.
-¿Por qué lloras tanto si el chiquillo va a volver? Me preguntaba mi esposo.
-No sé, pero siento… como si no fuera a regresar.
-Mujer por Dios, cómo tan pesimista, si va a llegar de la cordillera. No te
preocupes tanto.
El Nacho llevaba sólo tres semanas en el servicio militar. Primero no quería
hacerlo, pero después de andar con su primo Cristian de un lado para otro, yuntas
en el último tiempo, les había dado con que tenían que entrar al regimiento. Incluso
habían pasado juntos un mes entero acá en mi casa en Paillihue. Se intercambiaban
ropa y salían para todas partes. Ellos habían hecho que con mi hermana Margarita
volviéramos a hablarnos, ya que hacía años que estábamos distanciadas y nos pidieron
que por favor no volviéramos a pelearnos más.
Mi hijo siempre fue de un carácter muy tranquilo y humilde, mucho más que
yo. Había llegado hasta octavo año y con eso se quedó porque quiso dejar los estudios,
aunque le dije que le iban a hacer falta después, pero insistió en que no quería seguir
estudiando. Lo dejé con su idea, porque sabía que si le porfiaba iba a ser peor. Retomó
el colegio cuando quiso sacar licencia para manejar. El pololo de una de mis hijas tiene
colectivo y lo entusiasmó. La cosa es que el Nacho estaba haciendo dos años en uno
para ganar tiempo. Al final no alcanzó a manejar colectivos, pero sí autos particulares.
Eso le gustaba harto, así es que en algo cumplió con parte de su sueño.
Es que lo del Nacho era la mecánica. No era muy bueno para el estudio, sino
para todo lo que tuviera que ver con soldar, trabajar con fierros, arreglar autos. Para
eso era muy inteligente. Incluso tenía un taller allá atrás con mi esposo y cuando había
que hacer trabajos agarraba las herramientas y para él era fácil. Lo mismo para andar
abajo de las micros desarmando cuestiones. Yo le había comprado unos videos con los
que aprendió más rápido. Se ponía su overol cuando lo venían a buscar para trabajar en
las máquinas y no volvía hasta que las dejaba andando.
En eso se entretenía casi siempre o bien salía con sus amigos cuando tenía
tiempo libre. El Nacho era ordenado y muy unido a sus otros tres hermanos. Ellos
siempre estaban juntos y se aconsejaban cuando hacía falta. Así fue como una de mis
hijas le recomendó que hiciera el servicio militar, porque pensaba que podía tener más
posibilidades de trabajo. Aunque él no tenía muchas ganas de hacerlo.
-Mami, sabes que no quiero hacer el servicio militar.
-No lo hagas, nadie te está exigiendo.
-Creo que lo voy a hacer por la guatona, que me quiere ver de milico y le quiero
hacer el gusto.
Así es que se pusieron de acuerdo con Cristian. Empezaron juntos a hacer los
trámites y estaban bien entusiasmados, en un principio, con entrar al regimiento. Pero
el día 4 de abril cuando llamaron a todos los niños a presentarse, a ellos no los dejaron.
Llegaron los dos aquí con la cara larga. Cristian tenía carita de pena.
-Tía, no quedamos en el regimiento.
-Pucha mami, quedaron hartos cabros, pero a nosotros como que nos miraron
en menos.
-¿Sería por los estudios?
-No sabemos.
-Mira Ignacio, a lo mejor no es la voluntad de Dios que ustedes vayan a hacer el
servicio. Mejor que no vayan más, Nacho no insistas, porque capaz que pase algo malo
y se van a acordar de mí. Me van a decir que yo tenía razón.
Ellos me dijeron que no iban a ir. Pero siguieron yendo esos días, y donde
insistieron tanto, de repente los vinieron a buscar. Fue el lunes 12 de abril. Vinieron
aquí primero y después fueron donde Cristian.
Alcanzamos a hacerle una visita no más antes de la entrega de armas. Y andaba
triste. Aunque no me dijo el motivo yo sabía que era porque ni mi esposo ni mi hija lo
pudieron ir a ver y él miraba en la puerta si es que venían, porque la hermana mayor es
su regalona. El Nacho tenía muchas cosas que no me contaba para no hacerme sufrir,
porque éramos bastante apegados.
Después de eso vino la entrega del fusil y me traje al Nacho a la casa. Estuvo
conmigo todo el sábado y el domingo. Incluso me entraron dudas, porque allá en el
regimiento me pidió que fuéramos a almorzar donde la abuelita y eso de él no salía
nunca, porque nosotros con mi hermana éramos desunidas, no de ésas que andan juntas.
A nosotras nos unieron los chiquillos. Ellos nos insistieron en que comiéramos juntos
ese fin de semana, así es que nos pusimos de acuerdo con la Margarita y pasamos a
comprar pollo para hacerlo asado con hartas ensaladas y cosas ricas. Pero ellos llegaron
tarde, como a las cinco, porque a los morteros les tocó limpiar el regimiento después
de la ceremonia de entrega del fusil y cuando recién terminaron los largaron. Llegaron
con hambre y como nosotras a esa hora ya les teníamos todo listo, sí que disfrutaron de
esa comida.
Una piensa después que todo fue como una despedida. Por lo menos en el
caso del Nacho, que siguió celebrando en nuestra casa con un asado, que hizo con sus
amigos ese mismo fin de semana. Yo les preparé un brasero, pero ellos compraron todo.
Se quedaron aquí a dormir y el Ignacio se quedó conversando con uno de sus amigos
hasta la siete de la mañana.
Por eso, el último día que estuvo con nosotros, el domingo, se levantó como a
las tres. Se duchó y almorzamos juntos porque lo estaba esperando. Mi esposo había ido
al campo donde mi hermana. Comimos. Lo noté triste. Nachito caminaba, suspiraba, así
como cuando uno anda agitado.
-¿Qué te pasa Ignacio?
-Nada.
Se fumó un cigarro. Lo ayudé a armar su mochila. Entre los dos echamos sus
cositas. A la hora de irse, me acuerdo que pasó un niño, de nombre Rodrigo, y el Alonso
Cifuentes a buscarlo. Les dijo que se iba más tarde, porque lo iba a llevar mi yerno junto
con su primo Cristian. Las mochilas que llevaban eran pesadas, cargadas de tantas
cosas que les pidieron. Como un cuarto para las ocho pasó Marcos y se fueron a buscar
al Cristian. Nos despedimos.
Después, esa semana la única que lo vio fue su hermana Macarena, que le fue a
dejar talco y mentol que le faltaba para irse a Los Barros. También le llevó cigarros. Le
pedí que le dijera que se cuidara harto, porque venía el día de la mamá y el único regalo
que yo quería era verlo llegar bien a él y a su primo. Macarena le dio el recado. Llegó
como a las ocho del regimiento y me dijo que Nachito miraba para atrás, así como con
pena.
-¿Estás enfermo?
-No.
Guardó sus cosas y se fue. Pero volvió.
-Macarena ven.
-¿Qué pasa?
-Dale un beso a mi mami en mi nombre y dile que aunque no voy a estar para
el día de la mamá, le deseo un feliz día. Dale un beso y abrazo.
Ella llegó y me lo dio. Cumplió. Eso es lo único que me mandó a decir.
El martes 17 por la noche, hubo un temporal infernal acá en Los Ángeles.
Parecía que íbamos a desaparecer entre la lluvia y el viento tan fuerte. No sé si sería por
eso que estaba preocupada por los chiquillos, pensando cómo estarían en la cordillera.
Fue entonces que tuve ese sueño que se mantiene así tan claro en mi cabeza: Yo veía
una cajita de cartón con dos gatitos negros, nuevitos. Los gatitos estaban helados y
duros. No los pude tocar, porque me daba miedo.
El día anterior, el lunes, mi hija Viviana me había contado otro sueño que tuvo
ella. Iba con su pololo en el auto y veían gente como en un potrero, que al caminar
se enterraban. Había harta gente llorando alrededor y ella veía el cuerpo de un niño
muerto. Decía que era el Nacho. Su pololo Marcos le decía que no y la Vivi le decía que
sí, que sí era, porque lo veía muerto tirado en un potrero. El sueño era oscuro y con
mucha gente.
Cuando me contó no hicimos caso, porque pensamos que lo estábamos echando
mucho de menos y que por eso teníamos las pesadillas. Pero como a las cinco y media
de la tarde de ese miércoles 18, temimos que los sueños hubiesen sido premonitorios.
A la Vivi le avisó un amigo que escuchó las noticias, dijo que los niños venían
bajando y los camiones se habían dado vuelta en un accidente. Mencionó que eran
cuatro niños fallecidos. Yo venía llegando a la casa, porque trabajaba tres veces a la
semana. Venía con mi esposo cuando sonó el teléfono y contestó él. Una como madre
presiente altiro. Me dijo que contestara el teléfono, pero que estuviera calmada. No me
dijo de qué se trataba. Era la Vivi.
-Mami ándate al regimiento, porque los chiquillos tuvieron un accidente.
Salí desesperada. Lo único que quería era llegar ahí. Me bajo en avenida Ercilla
y vi tanta gente que corría. Le pregunté a una señora si sabía lo que había pasado.
-No sé, ¿de qué compañía es el suyo?
-Mortero, ¿y el suyo?
-Andino.
Llego a la guardia y veo a mi hermana llorando. Le pregunto qué pasó.
– Cholcita, la Compañía de Morteros es la más afectada.
– Dios mío, ¡los chiquillos!
Se nos vino todo el mundo encima.
El primer día no hubo información. La primera noche, nada. Nos quedamos
con mi hija, mi hermana y varias personas cercanas. La Vivi escuchaba que darían
información a las diez, después a la una de la mañana, a las tres, a las cinco y así pasó
toda la noche hasta la tarde del jueves. Ese segundo día, el gimnasio del regimiento se
llenó desde temprano, porque empezó a llegar gente de los campos, los papás de los
niños que vivían más lejos. Llegó la televisión con una tremenda antena, porque vieron
que la cosa era grande.
En esos tres días, a nosotros nos decían que a las ocho iban a tener una lista
y estábamos todos ahí para recibirla. Nada. No llegaba nada. Y así pasaban los días.
Después pasaron puros listados de los niños que estaban vivos. Y la última lista la
pasaron el día viernes, donde aparecieron como dispersos.
Pero la Vivi cree que ellos sabían desde antes quienes estaban muertos. Le
pasó con unas asistentes sociales que estaban en el gimnasio, a quienes se suponía que
podíamos pedirles información. Fue donde ellas y les preguntó por su hermano y su
primo. Bastó que le nombrara al Ignacio para que la asistente la mirara y tarjara el
nombre en su cuaderno. Les puso una línea encima a los nombres de los dos chiquillos
y le dijo que sólo tenía que esperar. La Vivi no me quiso decir nada, pero supo altiro que
algo malo pasaba.
Esos días mi hermana fue a reclamarle al teniente por lo que pasaba. Había
llegado con unos soldados vivos y lo pillamos en la enfermería del regimiento. Me
acordé que el Cristian me había contado que lo molestaba diciéndole el “tontorrón
Herrera”. Le preguntamos.
-Dígame por favor, usted andaba con los chiquillos, ¿están vivos?
Nos dio falsas esperanzas.
-Si están vivos, puede que estén en el refugio. Y si están muertos, ha sido de
hambre.
-¿Por qué dice que muertos de hambre?
-Porque cosas ya no les quedaban.
Con ese tipo de respuestas parecía que íbamos a enloquecer, nadie nos decía
nada claro. Y ya no sabíamos qué día era, si era de día o si ya era de noche otra vez. No
sabíamos nada. En un momento pedía: “Por favor Señor, aunque sea con hipotermia,
pero que llegue vivo”. A mí incluso no me importaba que volviera quebrado, no
importaba con tal que estuviese vivo, pero no así como llegaron después de tres noches
de espera y sufrimiento. Sigo creyendo que al café que nos repartían le metían algo de
tranquilizantes, me acuerdo que hay ratos que estábamos bien y otros mal, y no sólo
nosotros, sino que toda la gente en el gimnasio.
A la que hallé harto resignada fue a mi hermana, porque mi sobrina también
había tenido un sueño con el Cristian metido en un cajón tapado con la bandera
chilena. Desde la primera noche decía que su hijo estaba muerto. Nosotros les dábamos
esperanza. No, insistía que el Cristian ya estaba muerto. Incluso cuando las listas salían
ella se iba para afuera del gimnasio, porque sabía lo que le iban a decir.
Hasta que nos llamaron al casino, venía el general Cheyre. Andaba en el casino
mirándonos sin decir nada, hasta que la Vivi le preguntó para qué nos habían reunido.
Ya era viernes en la noche. Estábamos desesperados, sólo teníamos rumores, nada
confirmado.
-Los traje acá para que los que quieran dormir, duerman y los que quieran
comer, coman.
-¡Pero cómo se le ocurre a usted que nosotros vamos a comer, cómo vamos a
dormir si no sabemos en qué circunstancias están los niños!
Otro caballero habló y les recriminó que no decían nada. Les dijo que si la
gallina deja los pollos solos, obvio que los pollos se van a morir.
-¡Queremos la verdad! ¡Hasta cuándo juegan con nosotros, sólo queremos la
verdad!
-¿Quieren la verdad? La verdad van a saber: están todos muertos. No hay
ningún sobreviviente.
Entonces todos se pusieron a llorar y recuerdo que ahí Cheyre como que dice
algo de: “Ah, bueno, puede existir alguna posibilidad”.
-¿De qué posibilidades estamos hablando, han pasado tres días y nos viene a
decir recién ahora?
-Bueno, no sé, que hayan hecho un hoyo por ahí y se estén calentando con una
vela…
Me acuerdo que así de frío fue Cheyre.
Después llegó el cuerpo y nos tocó ir a reconocerlo. Venía con la pura ropa de
militar. No venía con ropa de montaña ni ninguna vestimenta apropiada. Solamente la
ropa que le pasaron acá esa delgadita. El mío venía sin botas, con la chaleca y nada más.
Al pantalón le corría el agua cuando lo estrujaba… los calcetines… las manitos. Incluso
reclamé porqué los estaban entregando así todos mojados. Por último, podrían haberle
puesto ropa seca para que no nos doliera tanto. Mi esposo reclamó.
-¡No pensé que en estas condiciones me iba a entregar a mi cabro!
Después de todo lo que pasó hemos sabido otras cosas. El Alonso -que sobrevivió
a la marcha- ha conversado conmigo y me ha contado lo último que recuerda del
Nachito. “Me caí dos veces al estero y las dos veces el Ignacio me levantó, me ayudó”,
me ha dicho. Me contó también que después Cristian cayó y el Ignacio lo levantó. Me
dijo que le daba ánimo a su primo.
-Levántate Cristian, tenemos que llegar primo, porque te están esperando tu
mami y tu tía, vamos a estar una semana con las viejas.
Dice que Cristian se daba ánimo y caminaba, pero que en un momento se cae
otra vez y lo vuelve a levantar. El Alonso dice que venían en la fila y en un momento
el Ignacio tiene como un sobresalto, preguntó qué pasaba y le dijeron que su primo
no venía y que se había quedado atrás. Mi hijo les dijo que siguieran no más adelante,
porque quería encontrar a su primo. El Alonso me cuenta que ahí se le perdió y no vio
más al Nacho.
Mi hermana dice que como Cristian era delgadito, flaquito, piensa que caminó
poco y murió. Pero no, no fue así. El Alonso dijo que caminaron harto, que sí, que al
Cristian le dio hipotermia, porque el Ignacio era más robustito, pero también cayó
seguramente en el momento de ayudar a su primo. Creo que Cristian habría hecho lo
mismo por su primo.
Yo no tomo a mi hijo como héroe, sino que lo veo como víctima, a él y a los otros
soldados. Ellos sufrieron su agonía, pasaron frío y hambre, entonces no lo considero
heroico. Murieron casi cien kilómetros lejos de nosotros, de sus familias, sin siquiera
tener el privilegio de despedirnos de ellos. Es la rabia que a veces da, la impotencia de
que murieron tan lejos y no poder ayudarles… A mí el Alonso me dijo que el Ignacio
pedía café, “y yo no llevaba ni un termo con agua para darle, ni siquiera para habernos
calentado el cuerpo”. Y el Ignacio que hasta las dos de la mañana se tomaba su café
antes de acostarse. Eso es lo que yo siempre me acuerdo, hubiera estado yo ahí… pero
no fue así, murieron muy lejos de nosotros, muy abandonados y eso ¿quién lo va a
perdonar? ¿Quién puede perdonar que si entrega su hijo confiadamente al ejército se lo
devuelvan muerto, todo mojado en un cajón?
Sólo Dios sabe. Pero ellos eran jóvenes y tenían toda la vida por delante. Hay
que ser honestos y yo pienso que a los niños los obligaron a morir, porque esa marcha
no debió haberse hecho nunca, nunca.

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