Relato basado en el testimonio de su madre Margarita
Soy Margarita Henríquez, madre de Cristian Herrera y tía de Ignacio Vallejos,
ambos soldados morteros. Vivo en la población Domingo Contreras Gómez de Los
Ángeles, que queda al lado del terminal de buses rurales de la Vega Techada, donde
todos los días llegan personas de otros lugares a comprar. Este sector es siempre de
mucho movimiento de buses, personas y comerciantes. Vivimos con mi hija menor
Marisel en una casa cerca del estero Quilque, que cada invierno nos hace pasar susto,
porque a veces se sale e inunda todo con su pestilencia.
Del dolor más grande de mi vida puedo empezar contando que con mis hijos
siempre fuimos esforzados, buenos para el trabajo. Soy asesora del hogar y el Cristian
iba siempre a trabajar de “lorito”, empaquetando en un supermercado de la avenida o
bien, cuidando autos. Su dinero lo gastaba en comprar cosas para la casa. Si la pega
le fallaba, se quedaba cuidando a su hermana menor o cocinando para que cuando yo
llegara de mi trabajo pudiera descansar.
Así salimos adelante solos, porque dejé hace años de vivir con el padre de ellos,
que me maltrataba y eso nos hacía mal a mí y a los niños. Entonces el Cristian tenía
apenas unos cinco años. Ahora hace un tiempo ya que tengo otra pareja, que viene a
veces hasta mi casa, porque no vivimos juntos. Por lo menos así era cuando mi Cristian
estaba con nosotros.
Ese año 2005 estaba matriculado en el Liceo Industrial, pero no alcanzó a
hacer su primero medio, porque no quiso ir más al colegio. No le gustaba. Lo matriculé
entonces en la escuela nocturna, pero sólo fue una semana, no tenía deseos de ir. Su
interés por estudiar desapareció con lo del servicio militar. Un día me contó que se
había inscrito, lo que no me gustó.
-Me inscribí en el servicio militar y el caballero me felicitó, porque fui el
primero en inscribirme como voluntario.
-Si quieres ser militar yo no puedo hacer nada por ti.
Tenía que presentarse a principios de abril, pero no lo aceptaron, porque tenía
tan sólo octavo año básico. Y yo me alegré cuando fue a mi trabajo a contarme, porque
no quería que hiciera el servicio. Andaban juntos con su primo Nacho, el último tiempo
estaban bien yuntas y habían logrado que retomáramos las relaciones con mi hermana
Marisol, con quien no nos hablábamos desde que los chiquillos tenían siete años.
-Mamita, no nos dejaron por los estudios.
-Mira Cristian, por algo será que ustedes no quedaron en el regimiento. A lo
mejor de algo Dios los quiere librar.
-Es que yo quiero ser militar y de la morteros, porque si no, mejor ni entrar al
regimiento.
-Ya, bueno, haz lo que quieras.
No quise seguir diciéndole nada más, aunque yo sabía que el servicio era duro,
porque unos primos lo habían hecho y me habían contado. Pero el Cristian lo quería
hacer y por eso siguieron insistiendo con el Nacho para que los dejaran adentro, hasta
que un día en la tarde lo mandaron a buscar como a las ocho. Primero los militares
fueron donde mi sobrino a su casa en Paillihue. Ignacio llamó como a los cinco minutos
diciéndole al Cristian que lo habían ido a buscar, porque entraba al servicio militar, a la
Compañía de Morteros. Estaba feliz. Y el Cristian se me amargó.
-¡Chuta! ¿Por qué el Nacho tiene tanta suerte y yo no?
Pero al rato llegaron a la casa. Debía presentarse a las nueve de la mañana del
día siguiente, para cumplir con su servicio militar en los morteros. Su sueño estaba
cumplido.
-Cristian, te puedo sacar el servicio militar, tú eres mi único hombre y les digo
que estás trabajando. El servicio militar es un año perdido, porque no tienes ningún
futuro adentro.
-No mamita, porque quiero ser un suboficial para comprarte una linda casa y
nunca más tengas que trabajar por mí.
-Yo no voy a eso, estás estudiando, saca tu cuarto medio y podrás trabajar en
cualquier parte, pero en el regimiento no tienes ningún futuro.
-Mi futuro está todo en el regimiento.
-Bueno, pero no te voy a ir a dejar mañana donde ellos, porque me da pena, es
como ir a entregarte y nunca más verte.
Así es que se fue. A la semana me llamó por teléfono para decirme que lo
fuera a ver el domingo que tenía visita. Y no se veía contento. Yo le llevaba cosas. Le
pregunté cómo estaba, primero decía que bien, pero después me dijo que no, porque lo
trataban mal.
Estaba igual de mal ánimo para la segunda visita en su entrega de armas.
Fuimos a verlos con mi hermana y el resto de la familia, después les dieron permiso
para pasar el fin de semana en sus casas. Me acuerdo que se sentó en el sillón con cara
de afligido. Se veía aún más pálido de lo que era.
-Mamita, no quiero volver más al regimiento.
-Pero tú lo decidiste, yo en ningún momento te obligué a ir.
-Nos tratan mal.
-¿Qué te hacen?
-A todos los morteros nos tratan mal, creo que porque no tenemos la enseñanza
media. Todos los días lloro, me dan ganas de venirme y no quiero estar más en el
ejército. Como a las dos de la mañana nos hacen levantar, lavar la ropa y cuando está
mojada, meterla entre la cama y así dormir. Al otro día, si está la ropa mojada, nos
hacen ponerla así no más.
-Cristian no puedo hablar por ti en el regimiento, porque si voy, te van a seguir
tratando mal, te van a molestar y van a pensar que eres “mamita”. Te dije de un principio
que el regimiento es duro, no es como el colegio. Los militares son duros con la gente,
no tienen corazón para tratar.
Es que yo sabía que a mi hijo el teniente le decía “tontorrón”, porque le agarró
mala de un principio. Lo trataba súper mal acá en el regimiento y después supe que
también en Los Barros.
El jueves siguiente el Cristian vino a la casa. Se iban el sábado para arriba y
vino a despedirse. Yo me sorprendí de encontrarlo acá cuando llegué de mi trabajo.
-Mamita, me vengo a despedir porque me voy a Los Barros el sábado. Capaz
que ni vuelva.
-Cristian, por Dios, las leseras que hablas.
-Es que no estoy seguro si vamos a volver de Los Barros, porque donde nos
llevan nadie más conoce.
-Ay Cristian, ¡tú no conocerás, pero los que van con ustedes sí conocen!
Andaba muy inquieto y diría ahora que estaba como ansioso. Se sentaba en el
sillón, salía al patio, me miraba, se mordía las uñas. No sé, como que algo presentía que
podía pasar o tal vez los malos tratos lo tenían con pocas ganas de irse. Ese día alcanzó
a despedirse hasta de su abuela, que vive al lado de nosotros. Después me dijo adiós a
mí.
-Lo que más me da pena es que para el día de la madre, no voy a estar contigo.
No voy a poder darte un regalo.
-El regalo más grande es que te portes bien en el regimiento y que hagas lo que
tú quieras con tu vida, pero después del servicio.
Se fue a su pieza. Ya era hora de irse.
-Mamita, no me quiero ir al regimiento.
-Tienes que irte, porque no puedes ir contra el ejército. Te agarra la Fiscalía
Militar y no te va a dejar bien.
-No me quiero ir.
Se despidió como cuatro veces. Se iba y volvía a abrazarse de mí.
Yo todos los días llamaba para el regimiento para saber cómo estaban los
chiquillos en la cordillera. Incluso mi patrón, que es funcionario de la municipalidad,
don Patricio Freire, fue a Los Barros, porque siempre participa en las actividades del
regimiento. Él me tranquilizó diciéndome que los muchachos estaban bien allá en el
refugio, pero claro que eso fue como cuatro días antes que los bajaran.
Los días que Cristian estuvo arriba en la campaña, con mi pareja decidimos
arreglarle su dormitorio. Mi idea era que para el sábado 21, cuando regresara, estuviera
mejor su pieza y se le compusiera el ánimo, así es que incluso le compré un televisor
nuevo… todo quedó intacto.
Estaba tranquila, porque mi huachito estaba bien. Pero ese miércoles 18, volví
a llamar al regimiento para saber cuándo bajaban los soldados de Los Barros. Me
respondieron que posiblemente a la tarde, porque ya habían bajado dos compañías, la
cazadores y la plana mayor. Eso fue como al mediodía del miércoles y la tragedia había
comenzado en la madrugada.
Ese día yo andaba más inquieta, como con una cosa rara. Incluso la noche
anterior, mi hija menor, Marisela, quería salir con una amiga hasta el Hogar Sor Vicenta
y le dije que no, porque temía que le pasara algo. Al otro día estaba en la cocina cuando
sentí que el Cristian me tomó del delantal y me tiró hacia atrás.
A mi patrona le comenté sobre mi miedo mientras le servía el almuerzo. Me
dijo que estuviera tranquila, pero en realidad temía por la Marisela, porque mi mocoso
nunca se me pasó por la mente.
Ya en la tarde me vine tan mal del trabajo, que no me dieron ganas de comer ni
de nada. Fue entonces cuando vino mi hija mayor y me dice que tuvo un sueño terrible
con su hermano.
-Soñé que Cristian se moría en Los Barros de bronconeumonía, lo traían
adentro de un cajón plomo y arriba le ponían la bandera.
No quise pensar mucho en ello. A las cuatro vuelvo a llamar al regimiento otra
vez. Me contestan que los soldados posiblemente bajaban en la misma tarde, pero no
sabían a qué hora llegaban. Yo le había pedido plata a mi patrona, porque Cristian iba
a bajar de Los Barros y necesitaba prepararle algo. No me quedé tranquila y a las siete
volví a llamar.
-¿De qué compañía es su hijo señora?
-De la morteros. Tengo a un hijo y a un sobrino.
-Entonces venga de inmediato al regimiento.
-¿Por qué?
-Mejor véngase inmediatamente.
No me dijeron por qué, pero obviamente la voz era como de mando. Me fui
para el regimiento y parece que no llegaba nunca, aunque estábamos cerca. Llego y veo
gente que llora, yo no sabía nada de lo que estaba pasando. Pregunté a un joven y me
dijo: “Falleció un soldadito”. Pensé altiro en mi hijo. Ahí fui a preguntarle a un militar
para que me diera información de lo que estaba pasando, me respondió que pasó un
accidente y que la Compañía de Morteros era la más dañada.
-Posiblemente estén todos muertos.
-¿Por qué?
-Porque se desbarrancaron los camiones. Y se murieron de hipotermia.
-¿Se desbarrancaron los camiones y se murieron de hipotermia?
Escuché varias versiones de las personas que estaban allí y entonces comenzó
la agonía. Alojaba en el regimiento para ver si nos decían algo. Comenzamos a
implorar por mayor información sin que nos dijeran nada hasta el viernes, cuando llegó
Cheyre.
Yo sabía que estaban muertos los chiquillos. Mi hermana Marisol me decía que
fuéramos a rogar a Dios para que los salvara.
-Ay, ¿para qué orar si los cabros están todos muertos? No hay ninguno vivo.
Y así se lo repetía a quien quisiera preguntarme. A los periodistas les decía
lo mismo: que estaban todos muertos. Es que sabía que el Cristian no iba a aguantar
un hielo tan grande, porque siempre sufría de bronquitis. Aquí en la ciudad, claro que
andaba al frío, pero llegaba a su casa calentita. Y yo lo esperaba con la estufa o con café.
A veces hasta me acostaba en su cama y se la calentaba para que no le diera frío cuando
se iba a dormir. Sabía que un frío como el de arriba no lo iba a aguantar. Y el Cristian ni
siquiera conocía la nieve. Entró el 12 de abril y al par de semanas le entregaron el fusil
y a los días ya estaba en Los Barros.
Así fue que las pocas esperanzas que podíamos tener yo y mi hermana
se terminaron el viernes en la noche con las palabras de Cheyre. Nos preguntó si
queríamos saber de nuestros hijos. Nos dijo que estaban todos muertos, que no había
ninguno vivo.
-Sería un milagro de Dios que hubiera uno vivo.
-¿Usted dice que están todos muertos?
-Sí.
-¡Entonces quiero el cuerpo de mi hijo!
-Lo va a tener, pero en dos horas.
-¡No, yo lo quiero ahora!
-Tendrá que esperar dos horas.
Todavía pienso que los cuerpos ya los tenían ahí, porque en dos horas y con
los caminos malos no iban a alcanzar a bajarlos. Pero nos hicieron esperar igual. Me
vine a mi casa y acá las amigas de mi hijo me avisaron que me estaban llamando del
regimiento. Era para ir a reconocer a los chiquillos.
Nos empezaron a llamar por familia. Fui la última porque al Cristian le hacían
exámenes y no coincidían conmigo. Ya como a las siete de la mañana del sábado lo
reconocí. Mi hermana Marisol me había dicho antes que los chiquillos estaban todos
mojaditos y que el Cristian venía con una sola botita. Y que no tenía nada de lo que
le habíamos comprado para que se fueran a la nieve. Ni guantes, ni gorro, ni nada. Y
eso que gasté casi treinta mil pesos en todas las cosas que le pidieron para irse a Los
Barros.
Vi a mi mocoso. Me acompañaron mis hermanos a reconocerlo. Estaba con
la chaleca y sin botas. Según dicen que el forense le sacó toda la ropa, pero no les
creo, porque he conversado con varios chiquillos que se salvaron y dicen que ellos les
sacaban la ropa para ponérselas y así protegerse del frío.
Y el Cristian llevaba tantas cosas. Chocolates, cigarrillos, hasta pescado en
lata. Compramos las cosas con mi sobrina, para que compartieran todo con el Ignacio.
Les dije a los dos que no tenían que separarse ni un minuto, que cualquier cosa que les
pasara debían estar juntos. Y así es como sigo creyendo que murieron juntos, abrazados,
porque los chiquillos que sobrevivieron me han contado que el Cristian cayó dos veces
al estero y el Nacho le daba fuerzas, diciéndole que pensara que iban a estar unos días
en sus casas, con sus mamás, descansando. Dicen que de ahí no lo vieron nunca más.
Creo que a la semana después que sepultamos a los chiquillos me vine a dar
cuenta que fallecieron más soldados aparte de nuestros cabros. Cuando veía las noticias
preguntaba por qué seguían sacando más soldados de arriba y ahí me dijeron que
eran 45 los que habían muerto. Yo pensaba que eran catorce, los catorce primeros que
entregaron junto con mi hijo. A los días después vine a dimensionar todo lo que había
pasado.
Ya en noviembre de ese año conocí el lugar donde me dijeron que murió el
Cristian. Pero yo no creí nada. Estaba lejos del Ignacio y lejos de Los Barros. No creo
que mi hijo hubiera podido caminar tantos kilómetros solo en la nieve. Para mí esa
subida a conocer arriba era mi broche para cerrar todo esto. Pero después les hicieron
tantos homenajes que la herida se ha vuelto a abrir una y otra vez. Y dale con decir que
son héroes. A mí no me gusta que hagan memoriales ni tantos homenajes. ¿Por qué los
hacen ahora y no cuando estaban todos vivos? ¿Por qué no un memorial para quienes
hacen el servicio militar?
Me hubiera gustado que los trataran bien antes, para tener a mi hijo vivo y no
muerto homenajeado dentro del regimiento, en un memorial ni tener que cambiarlo
por el dinero del seguro que nos dejó. Eso yo se lo he repetido una y otra vez a los
militares cuando se enojaban con una por los trámites y el papeleo, les he dicho que
jamás pedí beneficios al ejército. Pero parece que poco entienden. Es que sigo pensando
que son duros para tratar con la gente, porque no tienen corazón. Sólo eso explica todo
esto tan terrible por lo que hemos pasado.